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Toro era un burel valiente y empeñoso; también poseedor de una briosa determinación. Se paseaba como dueño absoluto de aquel paisaje de tonos azules interminables, con agaves orgullosos que maduraban firmes y puntuales, dispuestos a sacrificarse para dar vida al preciado elixir, fruto de sus entrañas y tradición.
El alma inquieta de Toro, y su hermoso pelaje negro, se fusionaban con el azul del campo; cómplices en su aprovechamiento de la solitaria quietud de la noche... y al final de ella, escabullirse a la bodega donde yacían las piñas recién jimadas.
Las primeras incursiones fueron exitosas; Toro gozaba festines insaciables en los que devoraba el alma del tequila; era un dios tomando en sacrificio las bondades de la tierra para hacerla próspera.
Pronto los jornaleros comenzaron a montar guardias para detener lo que para ellos era un sacrilegio, y para Toro, su éxtasis. Cada noche se escuchaban los gritos desesperados: ¡Aha Toro! ¡Salte de ahí! ¡Aha, aha!
Pronto, un muro terminó con las andanzas de Toro en la bodega; sin embargo, no cesó su amor por la riqueza azul que se mezclaba con la tierra rojiza. Desde entonces, cada noche deja su corral para guardar y proteger la manifestación espinada de Dios, de la que nace el alma de nuestro tequila AHA TORO.